En 1987, Luis Alberto Spinetta publicó un texto donde desmenuzó “Muchacha (ojos de papel)” y se enfrentó a su propio mito. El ícono del rock argentino reveló que detrás de la dulzura había también una tensión profunda entre amor, poder y autocrítica.
Por décadas, Muchacha (ojos de papel) fue el himno del amor puro del rock argentino. Una canción de cuna poética que parecía susurrar la dulzura del sentimiento en los albores de una juventud que despertaba. Pero en 1987, Luis Alberto Spinetta decidió hacer algo impensado: abrir el cuerpo de su propia creación y analizarla como si fuera un organismo vivo.
En el suplemento Sí del diario Clarín, el Flaco publicó un texto enigmático y profundo titulado “Muchacha (ojos de papel): desintegración abstracta de la defoliación”. Lo que a simple vista parecía un ensayo poético era, en realidad, una autopsia simbólica de su canción más famosa.
Allí, Spinetta desarma verso por verso, con una mirada crítica, casi filosófica, donde se pregunta qué fuerzas —de deseo, de poder, de inconsciente masculino— se esconden detrás de la aparente dulzura de la letra. “El que canta es bravo”, escribió, reconociendo que había en esa voz algo de posesión, algo de dominio, algo que hoy podría leerse como un resabio machista.

En una época en la que pocos artistas se atrevían a cuestionarse a sí mismos, Spinetta rompió su propio mito. Dejó de lado la comodidad del ícono romántico y se enfrentó al espejo de su obra, desmontando la idealización de la “muchacha” como objeto de ternura. Quiso que el público entendiera que detrás del canto dulce había también una tensión, una sombra, un autor que buscaba trascender sus propias palabras.
El texto no fue publicado completo. Un editor del suplemento lo recortó sin su permiso, lo que desató la furia del Flaco. Sentía que le habían mutilado no solo un ensayo, sino parte de su pensamiento más íntimo. “Desintegración abstracta de la defoliación” era su forma de limpiar las capas de sentido que el tiempo había pegado sobre su canción, hasta dejarla desnuda.
Años más tarde, la crítica rescataría aquel gesto como una muestra de autoconciencia artística poco común en el rock argentino: el creador que se atreve a cuestionar su propia creación. Pero más allá de la lectura de Spinetta, Muchacha (ojos de papel) siguió siendo, para millones, una canción de amor eterno, una melodía que se hereda, se canta y se siente sin necesidad de explicación.
Y ahí aparece la otra verdad, la que recordó alguna vez Silvio Rodríguez:
“Las canciones no son solo de quien las escribe, sino también de quien las escucha. Cada quien les da su propio sentido.”
Quizás Muchacha (ojos de papel) sea eso: una canción que ya no le pertenece al Flaco, sino a la sensibilidad de todos los que alguna vez amaron, soñaron o lloraron con ella.
