En tiempos donde el conocimiento parece perder valor frente a la inmediatez, la 17ª Feria del Libro de Catamarca emerge como un acto de resistencia. No solo porque convoca a escritores, editoriales, lectores y curiosos, sino porque defiende, con la fuerza tranquila de los libros, la idea de que la cultura sigue siendo un territorio de libertad.
La ministra de Cultura de la provincia lo sintetizó con claridad: “es un acto de resistencia desde la cultura”. Y no exagera. En los últimos años, el sector editorial ha soportado embates duros: el aumento del papel, las dificultades para la distribución, y una política nacional que, con su desfinanciamiento progresivo, parece haber decidido relegar el conocimiento a un rincón del olvido.
Pero la Feria del Libro vuelve a poner en escena lo esencial: la palabra como punto de encuentro, como espacio de pensamiento y como motor de comunidad. En cada stand, en cada presentación, late la convicción de que leer, escribir y debatir son gestos profundamente democráticos.
Reivindicar la palabra, en este contexto, es reivindicar el derecho a pensar. Es negarse a la lógica del silencio o del ruido vacío que se impone en las redes y en ciertos discursos políticos. Es recordar que la cultura no es un lujo, sino un bien común que genera desarrollo, identidad y oportunidades, como bien señaló la ministra: los eventos culturales y las fiestas populares también mueven la economía, pero sobre todo mueven el alma de los pueblos.
La Feria del Libro no es solo una cita literaria. Es un símbolo. Una declaración de principios frente a los tiempos del desinterés y la desmemoria. Una invitación a volver a creer en la palabra —esa herramienta humilde y poderosa que, todavía hoy, puede cambiarlo todo.
